Mi historia con un protista
Por Pilar Calvo de Pablo Cuando miré por primera vez por un microscopio a una gota de agua, dije eso de: ¡Ohhhhhh! ¡Impresionante! Había puesto en un cristalito una pequeña gota de agua y a simple vista no había distinguido nada más que un poco de color verdoso pero el microscopio me dejaba ver cientos de "bichitos” que se movían de un lado para otro, ajetreados, buscando de aquí para allá alguna bacteria que comerse, chocando entre ellos y despreocupados sobre la mirada inquisitiva que les estaba observando. A partir de ese momento, ya no he podido resistirme a su observación y sigo mirando al microscopio siempre que puedo. Seguro que alguna vez has oído hablar de los organismos microscópicos que viven en las aguas; eso que los científicos llaman plancton. Una parte de estos sencillos organismos, que antes se denominaban protozoos, están formados por una única célula; parece increíble, pero todo el "cuerpecillo” que nosotros vemos nadando y viviendo de forma autónoma es una sencilla célula eucariota, como cualquiera de las que forman nuestro cuerpo. Por eso, su estudio puede ser muy útil para entender nuestras propias células, su estructura y su proceso de crecimiento y división. Mira, por ejemplo, a este protista. Se llama Phacodinium metchnikoffi y vive en los musgos. Su aspecto, en el microscopio óptico de contraste de fases, recuerda a un platillo volante nadando delicadamente entre otros ciliados, flagelados, diatomeas y pequeños invertebrados. Se mueve con los cilios que tiene en su exterior y come bacterias y algas gracias a la corriente de agua que dirige hacia su "boca” que, en estas células, se llama citostoma. Ahí tiene otros cilios que rodean esta cavidad y forman una ciliación bucal especial. Pero, a veces, las cosas se complican en el entorno en el que puede faltar el alimento o incluso el agua. Entonces, decide que hay que sobrevivir formando estructuras de resistencia o quistes hasta que mejore la situación (eso que los psicólogos llaman resilencia ya lo saben hacer los protistas). Fíjate en el aspecto de las "bolitas” quísticas: mucho más pequeñas que la célula vegetativa, casi sin agua, con fuerte pared y con muchas espinas en su cubierta para pegarse a animales y otros soportes que las desplacen mientras Phacodinium está dentro resistiendo los inconvenientes externos.
 Las células eucariotas, como todas las que forman los vegetales, los hongos y los animales, tienen el material genético rodeado de una membrana formando el núcleo. Lo curioso de los ciliados, como es el caso de Phacodinium, es que aparece un macronúcleo, con los genes que procesan la información somática, y varios micronúcleos, con los genes que informan sobre los procesos de división celular. Con la técnica de tinción del carbonato de plata amoniacal –que tiñe especialmente proteínas- pude inmortalizar su división celular, la bipartición, que origina células iguales o clones mediante el proceso de mitosis. El microscopio electrónico de barrido me descubrió aspectos más precisos de su morfología exterior: su espalda (lado dorsal) y su vientre (lado ventral) tienen unas pronunciadas costillas (¿le servirán para tener un diseño más ergodinámino en el agua?) entre las que se sitúan cilios o penachos de cilios que entonces pasan a llamarse cirros.
Otro microscopio me dejó ver mejor su interior. Yo sabía que las células eucariotas tienen numerosos orgánulos que, debido a su tamaño de unas pocas micras, solo se pueden ver al microscopio electrónico de transmisión. Las muestras son atravesadas por electrones por lo que previamente se corta a la célula en finas "lonchitas celulares” en el aparato llamado ultramicrotomo. La imagen era espectacular: en el citoplasma aparecen muchas vacuolas, mitocondrias, ribosomas y la base de los cilios (cinetosoma) se descubría con una complejidad especial al estar formada por 9 tripletes de proteínas que se convierten en dobles en la parte externa del cilio (axonema). Curiosamente, esta estructura es la misma que la de los flagelos y se mantiene en el flagelo de otras células eucariotas. Pero la imagen más espectacular fue la del microscopio óptico de fluorescencia: las células eucariotas tienen una especie de malla interna que forma una verdadera telaraña donde quedan sujetados los orgánulos y además dirige el movimiento de los cromosomas en la mitosis. Para verla usamos unas proteínas pegadas a moléculas fluorescentes que saben reconocer cuál es su molécula gemela y, al encontrarla, nos proporciona imágenes increíbles del andamio interior o citoesqueleto.
Todos estos datos nos permiten saber mucho sobre los protistas, organismos en la base de la evolución de la célula eucariota, la misma que, multiplicándose miles de millones de veces, ha construido tu cuerpo.
|